domingo, 3 de julio de 2011

Tanguedia

Por El Autor

Enfrenta un martes con el alma recubierta de plomo, recorta minutos con café, exigida carrera a la parada de buses. Sonríe si coge el transporte indicado y reacciona iracundo, si por el contrario, deja escapar la precisión de un momento. A las nueve de la mañana encuentra alivio cruzando la puerta de la oficina y sólo cinco minutos después, ordenador encendido, se da tiempo para cerciorar si vale la pena vivir las horas que le quedan. Hoy decide que el esfuerzo vale, con aquella motivación inicia labores.

A las siete de la tarde, agotado y con la columna de la silla impregnada al color de la camisa, mordisquea la calle hasta el paradero de buses. El viaje le parece corto, sin fijarse del milagro, una hora después enfrenta la reja de la casa.

Prende la televisión, busca entre cinco canales, nada le satisface. Deja el aparato detenido en la estática, mira el reloj de muro y espera, sin prisa, algo extraordinario. Así le dan las diez, desiste de la vigilia, come algo e intenta pensar, sin conseguirlo, antes de dormir.

Sueña en blanco y negro, ve mujeres que amó y mancilló. Acaricia cinturas, terremotos y ombligos, besa paredes, dientes y axilas. Todo es un deseo que aborrece, una caricia que agrede. Al fin, luego de transitar en historias y enredos del sueño, consigue entrar a la habitación del Malí.

Y los tres ya estaban ahí, esperándolo, con el rostro oculto en la oscuridad habitual de la pieza del Malí. No es necesario saludar, no hay mucho que conversar, todos están lo suficientemente contestes en los hechos y pormenores. La reunión de hoy sólo tiene un objetivo, ratificar. Los observa minuciosamente, buscando dudas, uno que otro miedo paralizante. Satisfecho, es el primero el marcharse.

El miércoles decide no ir a trabajar. Permanece en casa, en la cama, mirando el techo, yendo y viendo, aquí y allá. El teléfono suena un par de veces, lo ignora. Espera un hecho desencadenante, pero no llega.

Al anochecer, con menos convicción, decide salir. Camina sin rumbo, encontrándose en las esquinas. Busca a los tres de la pieza del Malí, los imagina de carne y hueso, tanteando como ahora tantea él las calles, en la noche y por todos lados. La idea lo fortalece, eso de sentirse ejecutando acciones de antemano, concertados con hombres equivalente a él.

Regresa antes del amanecer a casa, con las manos vacías.

Al viernes ya comienza a preocuparse, ni en sueños logra entrar a la pieza del malí. Tuvo que desconectar el teléfono, no deja de sonar. A medio día un colega vino a casa, tocó el timbre hasta cansarse. Le dolió un poco tener que evadirlo, pero debía seguir el plan. Y el plan exigía esperar el hecho desencadenante. Pensaba tomarse el tiempo necesario y nadie iba a impedirlo.

El lunes consideró molesto una segunda visita del colega a casa y se decidió a enfrentarlo. Le costó menos de lo que jamás hubiese pensado, lo enterró en el patio prolijamente, quemó la ropa salpicada con sangre y esperó. Esperó aquel evento fantástico, igual que sus conspiradores de la pieza del malí.

El miércoles notó que la policía andaba en el vecindario, aquel día, no obstante, estaba demasiado convencido que se trataba del día anhelado como para admitir sobresaltos. Urdió una escaramuza fulminante, la idea surgió con naturalidad y con naturalidad fue ejecutada. Formó una pila de objetos en el living, esparció parafina profusamente y con la chispa necesaria observó la pila ahogarse en llamas.

Intentó huir, un tropiezo teatral le hizo parecer presa fácil a sus captores. Reía en todo momento, sus carcajadas estremecían a los curiosos, el humo estiraba un brazo a las nubes, las sirenas de lejos confundidas con balizas.

***

El comité del malí reunido al fin, en la institución de locos, abrió sesión. Los cuatro, regocijantes, planifican la nueva etapa.

Fin

Concepción, 2011

sábado, 10 de julio de 2010

Todos los caminos llegan a Roma

A mi primer blog le tengo cariño, a pesar de sus defectos, porque mis mejores errores yacen allí. Hace mucho tiempo que no escribo, vivo de las sequías, de la falta de voluntad. Y si miro en perspectiva, jamás he experimentado algún estado de febril de creación. No me molesta, abandoné oportunamente cualquier pretensión, acepté sin quejarme mis limitaciones literarias. Con los escasos recursos con los que cuento, hago lo que mejor puedo y ello simplemente como un ejercicio, un medio para conseguir un fin. ¿Qué fin? Ocupar la capacidad instalada ociosa de la imaginación.

Decidí escribir de nuevo en un blog nuevo, dedicado a ella.


Un saludo a los futuros visitantes de este blog.


Atte,

El Autor